Ahora
cuando amenazo
con ponerme a contar estrellas,
puedo
escuchar como se ríe la luna
de
toda la inmensa anochecida
que
me estoy perdiendo.
Yo
pensando en el enlutado, lóbrego,
que
la noche me muestra,
como
una mancha opaca y mate
cuya
única maravilla
son sus diminutos puntos rutilantes,
pero la redonda grande me enseña los dientes
con
mil risotadas.
Sólo
tengo que mirar con intención
como
se hacen las cosas,
y
llego a ver un millón de estelas
de
variaciones de oscuro,
como un mar y su lento oleaje.
Veo
la sombra blanca de la nube
rozar
graciosa las quimas más altas,
hasta
cómo el viento la levanta y la peina en corona.
Siento
las pupilas de muchos otros
que
buscan en lo impreciso las manos blancas
de
una luz distinta,
y
me doy cuenta de la magnitud del universo,
porque
cuando respiro profundo
es
él quien me inhala a mí.
Nená de la Torriente