Los
días se precipitaban
sobre
sus hombros.
Era
hombre de pocas palabras
y
salió a buscar
el
sentido de la fe.
Observó
cómo un pez cantaba
escalando una colina,
y dejaba un rastro de escamas,
lo
llamó fantasía.
Se
vio a sí mismo andar sobre ese
camino
hasta tocar la luna,
y
lo llamó delirio, locura.
Muerto
de vergüenza
se
arrancó los ojos,
pero
seguía oyendo cantar al pez
subiendo
la colina,
y
lo que llamó fantasía
le
parecía ahora indudable.
Decidió
caminar hacia donde
se
hallaba el otero,
sintiéndose
ascender.
El
peso de su cuerpo
y
la gravedad de los huesos,
arrancaba
escamas del suelo
que
saltaban hasta su piel.
Pudo
palparlas entonces,
y
supo que aquello que creyó delirio
no
lo era,
que
eran escamas,
que
el pez subió la colina,
y
que él pronto tocaría la luna.
Nená de la Torriente