para
provocar el eclipse
¡qué
diablos!
Jamás
nos hemos parecido.
Rábida
te recorre la sangre
como
un torrente rompiendo
la
gleba, los cultivos,
batiendo
al fuego con el mismo
fuego,
cayendo
como ángel exterminador
sobre
los pétalos de los cuerpos
más
tiernos,
avispero, confusión, emboscada
de
palabras.
Tu
hierro la lengua,
tu
mano la seca de un agosto
perpetuo, el ojo impávido
que
todo lo avista como una presa.
¡Qué
diablos!
Yo
busco el eclipse detrás
de
los álamos
cerrando
los ojos,
y
visito los ángulos de las simas
por si algo de mí anda perdido,
sólo por eso.
Lenta
es mi manera
de
derribar con un beso,
porque
vivo resuelta a caerme con él.
De
monte es mi lengua,
mi
mano de agua de un abril
ingenuo, la sed de los ríos
que
nadan en busca de los peces.
Nená de la Torriente