lunes, 17 de marzo de 2014

Somos laberintos 
de amor extraños, 
abantos recorridos 
que colisionan 
indefectiblemente con tapias. 

Un par de pasos y la ceguera, 
y en la convalecencia 
media sonrisa, 
un suspiro y otro tabique, 

que no es más 
que una medianera 
entre dos cuerpos 
que se andan buscando 
y nunca se tocan. 

¿Qué es tan importante? 
Lo que tú llamas encuentro 
lo reduces a un escarolado  
de sábanas 
y un par de instantes de éxtasis. 

Imagina poder llamar encuentro 
a saber cómo huele otro 
sin haberle visto nunca, 
y sentir el tacto 
de sus manos en las tuyas 
indistintamente, 

y su voz en tu oído, 
tu cabeza en su regazo,
y no llamar a esto amor  
porque amor no es esto.

Parece complicado 
como todos los dédalos 
pero se halla el camino, 

no se golpea uno contra el muro 
renegando del amor y de las caricias 
por no tener bienandanza, 

no se cierra el corazón con una grapa 
ni se esputa coágulos de sangre 
para maldecir a la entelequia. 

Lo cierto es que es ella,  la ilusión 
la que nos salva,  la fantasía misma, 
es la luz que nos ilumina 
para  lograr salir del laberinto. 






Nená de la Torriente