Beso
la noche con mi beso
más
tierno,
que
me permite ser siendo una
y
siendo todas.
En
la penumbra de cada esquina
sin
salir de un habitáculo
puedo
escuchar el mar y
zambullirme
como una sirena.
La
luz del flexo me convida
a
una barra de labios
y
me nombra como Ángel
para
dislocar al demonio la rótula,
y
que no me siga.
Soy
la que mira a las estrellas
apoyada
en la almohada,
siendo
capaz de contarlas e
inventarlas
de infinitos modos.
Pongo
nombre a las sombras
y
me cubro el rostro,
no
vayan a ver cómo sonrío
y
las imagino sencillas azucenas
con
zapatitos de baile.
Siento
que la noche es mía
como
yo me pertenezco,
y
aguardo unas horas de enredo
escuchando al siempre brillante
Quevedo
y
al divino Larra,
hasta
que llega la dulce Storni
a
susurrarme la paz
que dormita en las conchas marinas,
y
no alcanzo a saber
como
todo enmudece
y
llega sin más la amanecida...
Nená de la Torriente