Se
acercan las algas
a
la ruta,
donde
los faros parecen
batiscafos…
Una extraña balada
de sirenas.
Los
árboles ciegos
conocen
las voces
de
quienes transitan
el mismo paseo,
y
hasta distinguen
el
graznido de todas las aves.
Los
árboles mudos conocen
cuando
se acerca la lluvia
y
cuando se avecina el suelo
en
precipicio,
o
cuando será su tiempo vigente.
Ciegos
los hombres conocen
el
terror de otros hombres,
su
temperamento,
la
acritud que precederá
a
su diatriba,
y
su savia
discurre
en sangre tan lenta
como
el mismo árbol
sin
sangre se piensa.
Envidia
la luna,
el
sol,
¡constelaciones enteras!
La
luz de los seres
que
habitan sin nombre,
y
pronuncian las cosas
con
minuciosa evidencia,
sin
que precisen
de sus resplandores.
Nená de la Torriente