martes, 11 de marzo de 2014


Se acercan las algas 
a la ruta, 
donde los faros parecen 
batiscafos… 
Una extraña balada de sirenas. 


Los árboles ciegos 
conocen las voces 
de quienes transitan 
 el mismo paseo, 
y hasta distinguen 
el graznido de todas las aves. 

Los árboles mudos conocen
cuando se acerca la lluvia 
y cuando se avecina el suelo 
en precipicio, 
o cuando será su tiempo vigente. 

Ciegos los hombres conocen 
el terror de otros hombres, 
su temperamento, 
la acritud que precederá 
a su diatriba, 

y su savia 
discurre en sangre tan lenta 
como el mismo árbol 
sin sangre se piensa. 

Envidia la luna, 
el sol, 
¡constelaciones enteras! 
La luz de los seres 
que habitan sin nombre, 

y pronuncian las cosas 
con minuciosa evidencia, 
sin que precisen 
 de sus resplandores. 





Nená de la Torriente