tu
despacho,
como
tantos hilos
para
tejer tu parpusa,
como
tantas palabras para
alojarte
a ti.
Ahora
ves tus manos
con
oquedades despejadas
a
un suelo sin agua que se desquebraja
y
no han servido las componendas
ni
los acomodos,
los
tablones, ni los hilos,
para
llenarte de ‘algos’.
Tampoco
las incesantes palabras,
una
a una que prometían cosecha:
La
voz de un hombre entero
que
no sólo hablaba de justicia,
sino
que siempre era justificable
su
ímpetu justiciero.
Y
tú lo sabías, que esa integridad
no
la sentías,
ni la ibas a tener nunca.
Nená de la Torriente