No sé cómo llamarte
y entre tanto, saco punta
a mis lapiceros,
y espero paciente
que un gesto dé con una letra
que libere al resto.
Cierro los ojos, respiro,
y este dolor en el pecho
de sobrevivirme es tan grande
que apenas me queda un hueco
para seguir hablando de colores,
aunque sepa que debo hacerlo.
He sido Feve, Talgo, Ave,
tren de la bruja,
hasta raíles mordidos de poleo.
He dormido en la estación
demasiado tiempo.
Delante hay un prado,
un prado que no sé
hasta donde alcanza
alguien vendrá a cruzarlo
y gozará de esa hierba alta
jugando a enredarse en sus rodillas.
Y otro alcanzará el sonido del arrollo
que levemente escucho,
y saltará de piedra en piedra,
hasta caerse.
Y puedo imaginarme todo
lo que pasará,
aunque no sepa cómo llamarte,
porque tú me lo cuentas al oído
bajito, bajito siempre.
Nená
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