Calma mi sed
cuando la encuentres,
que es tan ingente,
-o ya no sé si tan exigua-
que no sé reconocer
el jardín donde nace.
Calma mi ceguera
que no sé si es reversible
-o acaso alguna vez tuve vista-,
pero es tan dolorosa
que agrieta mis párpados
con tanta inútil lágrima.
Aviva este pulso,
que escapó
una tarde de septiembre,
sin decirme adónde,
ni con qué objeto.
Abriga este frío
que consume mi esperanza
como quima en el fuego.
No me dejes sola,
por una vez
adopta a este ser humano
-si es que sigo siendo un
ser humano, como tú, como otro-.
Nená
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