Ya te llamaré.
cuando hayan recorrido las saetas
sus paseos de invierno,
para que vengan tibias de tanta helada,
y sepan silbarte con eufonía.
Te llamaré.
Cuando te hayas calentado las manos
con cien tazas de té,
tengas templado el corazón,
limados los espejos cóncavos
con tu única imagen,
y necesites –tal vez-
ver en ellos otro perfil, otra nariz,
otra sonrisa.
Golpearé tu puerta,
cuando haya llegado la hora.
Nená
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