Como
el río
así
te llevan los días.
Unos
en la tibieza del sol
del
mediodía, al galope entre
los
cantos redondos,
deteniéndote
un instante
en
la ternura del musgo.
Otros, atropellados
por
la tormenta,
inconscientes
de
su gravedad,
casi
afónicos, sin demandas,
y
sin algo parecido a un Dios
a
quien llorarle;
como
juncos abatidos.
A
veces te reconoces
en
ese fluir y te llamas yo
y
sonríes,
pero
enseguida te reprendes
para
caer como gota de agua
y
seguir el recorrido del cauce.
Yo
me tengo una sorpresa,
voy
a fugarme,
nadie
va a conocerme
ni
como parte del río,
ni
como junco en su ribera,
y espero -algo envejecida-,
para llamarme yo sin reserva.
Nená
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