tras
las trenzas,
se
salvan las olas que se dibujan
a
lo lejos.
Se
salva la palabra púber que no
se
manchó de tinta,
ni
de ese beso de Judas aún,
aún.
Se
salva el amor que se pronunció
en
la nieve,
en
lo que aún era glacial y no ardía.
Se
salva el suspiro que suspiró sincero,
se
salva la primera carta y la última,
y
la mano que estuvo siempre
cuando
tuvo que estar.
Tú
y yo nos perdimos, nos condenamos
solos,
desacudimos
a la cita de los ingenuos,
perdimos
nuestro pase al cielo,
a
la trenza,
a
la ola,
a
la nieve,
al
suspiro,
a
la carta, y
al
tacto de los dedos.
Nená de la Torriente