lunes, 30 de septiembre de 2013



Se salvan los ecos que juguetean 
tras  las trenzas, 
se salvan las olas que se dibujan 
a lo lejos. 





Se salva la palabra púber que no 
se manchó de tinta, 
ni de ese beso de Judas aún, 
aún. 
Se salva el amor que se pronunció 
en la nieve, 
en lo que aún era glacial y no ardía. 
Se salva el suspiro que suspiró sincero, 
se salva la primera carta y la última, 
y la mano que estuvo siempre 
cuando tuvo que estar. 
Tú y yo nos perdimos,  nos condenamos 
solos, 
desacudimos a la cita de los ingenuos, 
perdimos nuestro pase al cielo, 
a la trenza, 
a la ola, 
a la nieve, 
al suspiro, 
a la carta,  y 
al tacto de los dedos. 





Nená de la Torriente