Todas
las sombras viajan solas
les
siguen de cerca extraños compañeros,
pero
lo cierto es que no hay nada más
descampado que una sombra y su afonía,
y
ni siquiera sabemos si quieren decirnos algo.
Yo
sé de su sombra porque la vi pasar por mi ventana,
que
por pasar pasando, pasan muchas de ellas,
pero
ésta era distinta, no sé, más pausada,
como
si llevase un pozo invertido sobre su cabeza.
Intenté
seguirla como Mickey Mouse otearía
en
Wall Street a la Monroe, con ojos de ratón
fuera
de su entorno,
pero
me dio esquinazo como las mañanas de
nubarrón
tras el trasnoche etílico o sólo bocón
hasta
perder la lengua.
Aquella
sombra sabía moverse diferente
en
impugnación constante, pausada o
velozmente
según
ella quisiera.
Sé
que era una sombra de hombre que lastraba
una
pena, y no sé,
pero
así, de aquella manera,
me enamoró perdidamente.
Nená de la Torriente