No
lo sabes,
pero el poema vino de la llanura
más
hermosa, de la uva más redonda,
de
los labios con forma de beso,
de
la lágrima en el vértice del ojo,
de
la mano lánguida que dejaba caer una carta,
de
la nube oronda que estaba pariendo lluvia,
de
ese tallo retorcido que se alargaba buscando
la
luz.
No
lo sabes, pero el poema no salía de tus dedos,
ni
de tu experiencia con la vida,
ni
de aquella mujer hermosa que querías llevarte
a
la cama,
ni
de tanta taberna con olor a vinacho y a tabaco de
miércoles.
No
lo sabes, pero el poema estaba jugando a llenar
tus
vacíos, a colocar tus latidos en estantes,
a
peinarte la raya, a lavarte las manos y a ensuciarlas
con lodo.
Te
enseñó el significado de tus cosas más íntimas
y
te dijo que las desaprendieras.
Después y sin los ‘poco a poco’ te llamó cretino
y
le desoíste airado, porque siempre pensaste:
‘El poema soy yo.’
Nená de la Torriente