Tanto
les duele, duele tanto, tanto,
que
doler es más un tanto que un ¡ay!
dicho
en alto.
Y
se me arruga el corazón y mi pecho
decrece, sin doblárseme la columna.
Porque
cuando algo brilla tanto o es sencillamente
incomprensible
por generoso,
les duele
con un dolor tan desesperadamente absurdo,
que
no saben cómo llega, ni cómo librarse de él.
Y
les veo agotarse en cada pupitre de escuela,
cuando
algún jorquín norteño despliega magia
con
los dedos,
o
una pequeña y delgada artista les intimida, de esas
que
bailan, cantan, tararean, escriben y además son trocitos
de
cielo,
que
se les escara la piel y hacen cercos, porque les duele tanto,
tanto
les duele, que la incomprensión del dolor les supera.
Nená de la Torriente