domingo, 1 de septiembre de 2013

Madrugadas para el desvelado, 
donde se  puedan vaciar las cuencas y dejar 
que los ojos salgan por las ventanas, 
y que recorran con la brisa todos los susurros 
que la noche ha dejado pintados en las aceras. 




No madrugadas para ser legaña de la carretera 
ni pelo de peine en el callejón del trabajo; 
donde el dolor del cuerpo ciega la injusticia del salario 
y el exceso de las horas. 
Madrugadas para aferrarse a un cuerpo caliente 
que no te rechace y que un ‘algo’ gutural diga que 
te quiere,  no para arrastrarse hasta el baño a llorarse 
en la ojera y en el amarillo parpadeante de la luz del armario. 
Esa madrugada silenciosa que te va invadiendo como 
un amante, 
que va y viene,  arropándote y quitándote la ropa, 
para mostrarte el mundo de ahí afuera 
del todo singular. 





Nená de la Torriente