domingo, 9 de diciembre de 2012


Los domingos tienen nombre 
de tarta,  redondos,  de nata untada 
sin acierto. 
En el relleno se olvidaron de  echar azúcar, 
por eso a última hora cambiamos el gesto, 
desilusionados por el error. 
Los domingos amanece el sol  más cantarín 
y despertamos con gusto de churros y de 
memoria de mañana, 
creemos en días de fiesta y vamos al salón 
por si hay regalos 
para que ese enorme NO nos haga volver 
a la cama antes de que se vaya el calor. 
Los domingos no somos mayores 
ni conscientes,  hasta las once de la mañana. 
Arrebujamos el cuerpo entre las sábanas 
y regañamos a los pies 
 si se escapan fuera de la osera. 
Después todo se precipita, 
volvemos a la memoria del ayer,  del ahora, 
nos volvemos más amargos, 
sufrimos la dolencia del que padece, 
maldecimos al sol por no templar más 
a los que andan en la acera, 
sentimos el asedio de una sensación 
de privilegio que nos hiere. 



Nená de la Torriente