Los
domingos tienen nombre
de
tarta, redondos, de nata untada
sin
acierto.
En
el relleno se olvidaron de echar azúcar,
por
eso a última hora cambiamos el gesto,
desilusionados
por el error.
Los
domingos amanece el sol más cantarín
y
despertamos con gusto de churros y de
memoria
de mañana,
creemos
en días de fiesta y vamos al salón
por
si hay regalos
para
que ese enorme NO nos haga volver
a
la cama antes de que se vaya el calor.
Los
domingos no somos mayores
ni
conscientes, hasta las once de la
mañana.
Arrebujamos
el cuerpo entre las sábanas
y
regañamos a los pies
si se escapan fuera de la osera.
Después
todo se precipita,
volvemos
a la memoria del ayer, del ahora,
nos
volvemos más amargos,
sufrimos
la dolencia del que padece,
maldecimos
al sol por no templar más
a
los que andan en la acera,
sentimos
el asedio de una sensación
de
privilegio que nos hiere.
Nená
de la Torriente