El
infierno se ha perdido
en
esta ciudad.
Callejeando
por el centro
ha
cogido el metro, el autobús,
se
ha recostado en las esquinas,
ha
pintado muros de azufrado
con
la huella de su pata.
El
infierno es un animal
que
no sabe que lo es,
una
alimaña iletrada.
Alguien
tiró de su garra,
le
chistó, le llamó por su nombre,
pero
es insensible a las cosas humanas,
hasta
que un poema rompió
su
equilibrio, le desarmó, se le agrietaron
las
patas, la ira le arrojó debajo
del
asfalto,
muy
abajo,
más
al fondo,
muy
al fondo.
Y
cuando estaba en lo más oscuro,
en
el frío de las sombras
aún
seguían retumbándole los oídos,
con
el dolor más agudo que existe,
por
aquellos versos
tan
bellamente recitados.
Nená de la Torriente