martes, 4 de diciembre de 2012




Las mañanas arrancan como los coches viejos 
con ese ruido raro de motor que tose. 
Quizá somos los humanos 
que ponemos tildes a todo 
y buscamos ruina en la helada 
y en el frío del rostro. 
En cuanto nace el primer bebé de luz, 
el rayo de sol que atraviesa el suelo,  ya 
no todo es penuria,  pero seguimos quejándonos. 
Ahora el café ya está frío,  o el jefe padece idiocia
-que suele ser más verdad que la de que el cielo esté arriba- 
Hasta que no llega el chascarrillo y la caña de las doce 
el mundo no tiene nombre de mundo,  
antes tenía mote de infierno. 
Abandonamos el abismo definitivamente 
cuando se acaba el trabajo. 
Algunos con un poco de suerte 
serán besados por sus cariños, 
o por el vidrio suave de una rica cerveza. 
La noche se vestirá de golfa y bailará valiente 
para la risa y el loco,  pero sin excesos, 
que mañana seguiremos viviendo 
a la misma hora en punto. 



Nená de la Torriente