Las
mañanas arrancan como los coches viejos
con
ese ruido raro de motor que tose.
Quizá
somos los humanos
que
ponemos tildes a todo
y
buscamos ruina en la helada
y
en el frío del rostro.
En
cuanto nace el primer bebé de luz,
el
rayo de sol que atraviesa el suelo, ya
no
todo es penuria, pero seguimos quejándonos.
Ahora
el café ya está frío, o el jefe padece idiocia
-que
suele ser más verdad que la de que el cielo esté arriba-
Hasta
que no llega el chascarrillo y la caña de las doce
el
mundo no tiene nombre de mundo,
antes
tenía mote de infierno.
Abandonamos
el abismo definitivamente
cuando
se acaba el trabajo.
Algunos
con un poco de suerte
serán
besados por sus cariños,
o
por el vidrio suave de una rica cerveza.
La
noche se vestirá de golfa y bailará valiente
para
la risa y el loco, pero sin excesos,
que
mañana seguiremos viviendo
a
la misma hora en punto.
Nená de la Torriente