sábado, 8 de diciembre de 2012




En el viejo rucho de piedras 
las carreras por bajar a la bolera 
o por subir a casa nos dejaban sin aliento. 
Los saltos por encima de los muros 
de musgo en verano, 
escapando a la embestida de las vacas 
que mochaban a todo lo que erguido se movía, 
y la sisa de fruta en fincas ajenas, 
levantaron la piel de nuestras rodillas y 
los raspones de nuestras manos 
eran victorias de niños. 
Ahora vemos a grandes haciendo lo mismo 
a dos manos,  sentados en sillones, 
sin ánimo de juego,  sin chanza infantil, 
sin rodillas peladas ni sonrisas inocentes.  
Minando a espuertas a pobres,  a muy pobres, 
saltando muros de bancos enormes,  y diciéndonos 
lo que vamos a hacer,  lo que nos toca por derecho, 
y lo que nos pasará si no lo hacemos. 
¿Da miedo,  si? 
Y no puedo dejar de pensar 
en aquella niña que corría 
por aquel rucho de piedras, intentando  
llegar a casa. 



Nená de la Torriente