‘Sólo
hay que sentarse y esperar’
decía
mi abuelo,
y
lo decía con una cierta solemnidad.
Las
personas tarde o temprano timbran
por
la costura más suelta.
Muestran
su debilidad, su rostro más feo,
la
segunda piel erizada y pustulosa.
Yo
no deseo conocerlo, ni siquiera lo espero.
Me
gustaría ser invidente,
o
agacharme justo en ese momento
que
lanzan el plato, sólo por no verlo
planear.
Quizá
otro piense ’ya estás retratado,
ya
no te me escapas’,
a
mí me apena profundamente cada fisura,
porque
cada una de ellas
es
un frente abierto más
para
el que lo carga,
y
de miserias estamos hartos.
La
envidia, el complejo, esa línea de rechazo
que
crea lo que tú no puedes hacer,
lo
que otro sí puede;
la
mala saliva que envenena todo lo que roza
deberían
amputarla,
como
se extirpan las anginas.
Nená de la Torriente