viernes, 7 de diciembre de 2012


-Un débil hipo desdichado-


Cuando un poeta o un autor de versos 
escribe un poema 
alguien al otro lado, 
en un acto reflejo, piensa: 

‘Esto es por mí y para mí’, 
e irremediablemente se equivoca. 



El poema tiene una fuente 
en una entraña perdida,  sin nombre, 
y no conoce ningún apellido. 

No es una nota de pupitre 
pasada en volandas de rodilla en rodilla, 
ni un bocadillo que se comparte, 
pero siempre hay alguien que quiere ver una carta, 
una flecha,  una nota a pie de página,  un disparo 
a la nuca que le hable,  que le sacuda, 
algo que le pertenece y no es así.  

El poema nace sin padre ni madre, 
crece a escasos milímetros del que lo escribe, 
casi es huérfano,  es un milagro,  hasta siendo malo, 
malísimo,  pésimo,  nunca es una dedicatoria a no ser 
que lo indique en la cabecera de su lecho, o debajo 
descifrando la confidencia. 

Así que buen lector,  no te ovilles en las letras, 
tuyo es el ojo,  ellas del aire, 
el poeta,  tal vez  un idiota. 




Nená de la Torriente