-Un
débil hipo desdichado-
Cuando
un poeta o un autor de versos
escribe
un poema
alguien
al otro lado,
en
un acto reflejo, piensa:
‘Esto
es por mí y para mí’,
e
irremediablemente se equivoca.
El
poema tiene una fuente
en
una entraña perdida, sin nombre,
y
no conoce ningún apellido.
No
es una nota de pupitre
pasada
en volandas de rodilla en rodilla,
ni
un bocadillo que se comparte,
pero
siempre hay alguien que quiere ver una carta,
una
flecha, una nota a pie de página, un disparo
a
la nuca que le hable, que le sacuda,
algo
que le pertenece y no es así.
El
poema nace sin padre ni madre,
crece
a escasos milímetros del que lo escribe,
casi
es huérfano, es un milagro, hasta siendo malo,
malísimo, pésimo, nunca es una dedicatoria a no ser
que
lo indique en la cabecera de su lecho, o debajo
descifrando
la confidencia.
Así
que buen lector, no te ovilles en las letras,
tuyo
es el ojo, ellas del aire,
el
poeta, tal vez un idiota.
Nená de la Torriente