y
se baja la falda con el pudor
de
que cien ojos estuvieran puestos
en
sus caderas.
Desnuda
su alma, como quien escribe
su
primera caligrafía,
apretando
el grafito hasta dolerle las yemas.
Dice que el amor no es para ella,
porque
todos son ranas vestidos
de
’esos’ amantes incondicionales,
eternos
egoístas que delegan en ella
un final vendido.
Pero
en el fondo, va buscando el amor
de
una manera necesaria y loca,
como
ese manantial mágico para no morirse.
Aunque creo que ella no lo sabe,
pero
ha comenzado a intuirlo.
Nená de la Torriente