y
una segunda voz
de
la misma garganta
balbuceada,
‘quieta
no tengas prisa,
lo
que ves no es una puerta,
deja
de pensar en ti’.
Yo
deseaba un ‘en ti creo’.
Él
esperaba un ‘dame tu hombro’.
Aquella,
‘un abrazo, por favor, sólo eso’.
Somos
tan mezquinos
que
no miramos más allá de nuestro dedo
anula-dor,
y
así vamos creando sombras de seres vivos
inteligentes,
mucho
más que nosotros mismos,
bellos,
mucho
más que nosotros mismos,
increíbles,
mucho
más que la vía láctea en su despertar
divino,
y
amorosos,
mucho
más que cien campamentos saharauis.
Nená de la Torriente