Nos miro y veo de qué modo
salimos por esa puerta que se asemeja a un muro
más allá del óvalo del ojo,
burlando todo el tiempo
la semilla de lo que fuimos.
Así es este estar de ahora
tan ajeno a cualquier otro modo en que vivimos.
Acariciarnos nuevos,
salvajes,
la fogata de dos niños que ya conocen casi todo
y regresan al mismo descampado
a herirse las rodillas sin una sola queja.
La bendición de quererse sin más caprichos,
olvidando el condicional tan áspero
que reprocha los después como armas cargadas,
-ahora sabemos que berra y berrea son la misma cosa
cuando atendemos sólo a los sonidos-
¡Qué necios tan atentos a los signos!
Ya ves si era sencillo,
que pensamos que el amor nos lo robaría todo,
y ha sido él quien ha encendido la luz
y nos ha invitado a ocupar por unas horas,
esa yacija inmensamente
llena.
Nená de la Torriente
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