sábado, 14 de febrero de 2015


Quizá sólo queda
un corrusco enojado con el vino
y un estado de inconsciencia;
el sonido que golpea la mesa
con una palma contundente y anónima.

Venerar una sola nube por noche 
para no ser inoculado 
y perderse 
en una urbe mezquina de frases hechas. 

Ser ese vacío amarillento que encanalla 
al amante, 
cerrando las puertas y extraviando las llaves 
para que no abran ninguna falleba.

Tal vez sólo queda
la sed de unos cuerpos
que nutrieron el compromiso de la ausencia,
un gesto debajo de las cejas
cautivador y delirante
que buscó hermosos espejismos
donde alojar a la vida.


Nená de la Torriente

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