unos
y otros anhelan la luz
y
ambos se equivocan en la vía
de
su captura y conquista.
Siempre merodeando los grupos,
creyéndose
que los capitanean y
firmando con su nombre y ocupación.
Las
bombillas son brillantes
por
condición, pero poco constantes,
necesitan
sus tiempos, sus recargas lógicas
y
sus cuotas de adulación.
Con
el tiempo su luz amarillea,
es
inevitable.
La
luz, en sí misma, no vive en recintos,
no
conoce grupos y suele estar condenada
al
ostracismo por todo lo que lleve nombre
en
plural.
Es
admirada y detestada por muchos motivos,
entre otros
su extraordinaria fuerza y la invidencia
que
provoca si se la mira mucho tiempo.
Por
eso proliferan
tanto las bombillas
y su abundante cohorte de perseguidores,
pues son mucho más débiles e incapaces
de
provocar ninguna ceguera.
Nená de la Torriente