sábado, 10 de noviembre de 2012




Desde el otro lado de la playa les observo. 
Los botes que van a salir al mar 
ya llevan los ojos del cielo pegados al casco, 
el rocío suave posado en esferas. 
Los hombres que parecen haber nacido cansados, 
arrastrando sus pies,  doblando sus rodillas, 
anudan el amarre a su cintura 
y tiran del bote hasta subir de un brinco. 
A voces como dardos 
-indescifrables para mí- 
unos a otros se lanzan 
como auténticos marinos,  en saludo breve. 
El mar es su huerta, 
y hasta su cuerpo parece más erguido 
en sus pequeños botes. 
El agua mansa les hace caminos 
para que los crucen silenciosos, 
como si reconocieran el casco bajo su 
profundo y oscuro misterio, 
y miméticos se pierden en la lontananza 
como las crestas del oleaje 
de cada amanecer. 


    
Nená de la Torriente