No
aplaudo la palabra redonda,
me
inclino ante su dardo.
Que
la belleza en sí la contemple el estático
y
que la atesore el bibliotecario.
Dame esa otra que no deja de estar en movimiento,
como
las crines del caballo salvaje.
Admito
que la maravilla de lo hermoso
me
azota el alma y sólo eso,
pero
si lo hermoso consigue que mueva el cuerpo
es
más que arte,
es
para mí la auténtica culminación del mismo.
No
me subyugan los versos terminantes,
pluscuamperfectos,
sólo
me inclino ante la bala que me estalla dentro
hasta
causarme el desvarío.
Nená de la Torriente