En
el viejo tapiz, el polvo,
ha
dibujado tu nombre.
Dice
que si una alevilla
de
esas que buscan la luz,
las
que traen cartas,
lo
rozó sin darse cuenta,
pero
no me lo creo.
Su
trazo es tan perfecto
que
no hay alevilla que
sepa
caligrafía de ningún modo.
Te
busca en cada veta de los muebles
en
cada hoja macilenta
de
tus libros, los besa,
y
todo porque decidiste irte antes.
¿Dónde
está Dios que no puede hablar
contigo? Se pregunta llorando.
No
se da cuenta que no te has ido,
que
estás en todas partes,
que
le habitas en cada poro,
pero
no me escucha, no me escucha.
El
dolor le ha vuelto indiferente.
Nená de la Torriente