Del
rocío a la escarcha.
El
banco deja sus marcas inocentes,
sus
cuatro patas
y
unos cuantos corazones grabados,
tal
vez fulminados por las estaciones.
Sus
dos tablones, la memoria.
Los
besos, cada acto de amor y de partida,
el
impacto de un libro durmiente,
el
granizo y la avalancha de sol de las doce.
Las
voces recogidas en alambre,
palabras
secretas,
susurros, propósitos, confabulaciones,
todo
en sus vetas de madera
embebida
de humedad.
Y
me sigues preguntando por qué recorro
con
la mano todas las cosas.
Nená de la Torriente