La
lavanda baila en el monte
y
el sonido de su danza
llama
a la lluvia.
Tiene
sed la tierra y el cielo carga
sus
cestos con paciencia,
aunque en su afán hará que se viertan deprisa
derramándolo
todo,
como
el que no sabe volcar el té
en
tacitas.
Esta
gota araña la piel,
lo
sé de sobra, siempre salgo a recibirlas
a
todas,
y
ésta es ciega, no sabe dónde cae.
Baja como la bala de cañón de artillería
que
reduce en su retroceso a la nube.
Pero la lavanda sigue bailando
no
hay quien la detenga
y llama a la lluvia.
Nená de la Torriente