Al
pulgar le han borrado la huella.
La
lágrima baja por la ladera sin prisa
no
se duele,
el
pesar se quedó enganchado
en una arista
de
una noche sin luna,
no
recuerda por qué cosa
ni
quién le causó el mal.
Ellos
miran su sonrisa
y
sus curvas de gata, sólo eso,
para
qué querrían mirar otra cosa.
Ella
mira sus ojos de apetito
y
se colma de desgana.
Es
una caja vacía
con
un pulgar sin huella,
y
una lenta
y
desmemoriada lágrima.
Nená de la Torriente