Duérmete
despacio
sobre
el tálamo de mis brazos.
Trece,
veintidós,
treinta
y siete.
Cuando
sople tu nariz, el viento
habrá
nublado la tierra
y
el mar retrocederá hasta la vieja roca.
Todo
lo que existe, lo que ves,
no
durará siempre,
pero
el dulce gesto de tus pestañas
sobre
mi cuerpo, se hará eterno.
Nená de la Torriente