Los
días sucumben a tus ojos de luz
muchacho
bello,
no
eres tú quien sucumbe a tu dolencia.
Hay
un infinito cielo que amanece
por
cruzar a nado tus ojos
y
ni siquiera te das cuenta.
La
noche envidia la espesura que alberga
debajo
de tus párpados y sus estrellas
perpetuas.
No
sabe por qué en su firmamento son efímeras
y
en el tuyo jamás se extinguen.
En las noches de luna llena,
la
redonda se acomoda en la ventana
de
ese hospital del este más allá del Este,
sólo
para verte soñar estando despierto.
Nená de la Torriente