lunes, 1 de octubre de 2012

-Confieso que-


Confieso que tenía miedo a mirarme. 
No era como ayer. 
No daba brincos ni la sangre se me encendía 
como llama viva por cualquier cosa. 
Confieso que los jóvenes me incomodaban, 
bobalicones les veía, movían el pie 
antes que la cabeza, demasiado invertebrados, 
palominos de corazón pavesa. 
Confieso que a su edad ya les miraba así, 
aún siendo parecida. 
Confieso que al cumplir los cuarenta me sentí 
de algún modo aliviada,  y al tiempo absurda 
por sentirme aliviada. 
Confieso que aún me cuesta entender 
muchas cosas, 
pero quizá no es preciso entender tantas cosas. 
Confieso que poner nombre a todo es absurdo 
cuando se trata de relaciones, 
pero es más absurdo no saber dónde te sientas. 
Confieso que no me quiero mucho 
pero me sobra capacidad para querer en diluvio. 
Que a veces soy muy lista, 
y a veces soy muy tonta, 
y que me cuesta infinito perder la sonrisa. 
Confieso que escribo como hago bizcochos, 
y pinto como hago té, más rápido y torpe todavía. 
Pero confieso que sé que levanto sonrisas 
cada vez que escribo y lo adivino, 
y te escribo a ti, sí a ti 
que hoy me miras,  y te abrazo fuerte 
para que sepas que no has estado solo nunca. 



Nená de la Torriente