-Atropelladamente-
Pido perdón cuando mis dedos
movidos
por mi lengua
-no
por mi cerebro, soy vocinglera
de
condición-,
se
han excedido con mis semejantes
igualando
maneras:
Yo
puedo entrar dentro de mí y salir
tantas/cuantas
veces quiera como vía ancha
que
dejó de ser vía,
pero
ando en zapatillas en el interior de los
otros
como si fuera mi propio carril
y
yo un ferrocarril sin freno.
Espero que perdonen mi atrevida visión sin tasa
que
se me olvida que algunos leen,
y
no son máximas ni lecciones de bolsillo,
son
sólo pensamientos -a menudo cansados-
de
esta cabeza de mal asiento.
Clemencia si abro heridas y no vierto semillas
porque
sí creo en el daño involuntario, y
lo
único involuntario que debería escapárseme
amén
de necesario son las sonrisas.
Sean indulgentes conmigo
por llorar sin pañuelo
por llorar sin pañuelo
como
si nadie pudiera verme
en
esta intimidad farragosa,
y
por gritar tan alto
que
se abra el techo y caigan pedazos de punta,
sin
haber colgado al menos
un
cartel de ¡cuidado, estamos en obras!
Nená
de la Torriente