Si
la sensibilidad se nos muere
a
tarascadas fieras,
qué
dirás en tus versos,
¿qué
los rododendros están en flor
a
la caída de la tarde
y
la luna sube descalza
sobre
su nave de viento
robando sus pétalos,
para adornar así su ocelos ciegos?
Dí
lo que quieras, poeta,
pero
la sensibilidad se nos muere
y
una luna ciega y un rododendro
no
nos agitará la entraña.
¿Dónde
están las palabras que
pronunciadas
bajito sacuden la cerviz
y
recorren la columna
como
un gusano luminoso?
¿Dónde
el pulso que llama al pulso?
¿En
los complicados giros,
en
los términos oblicuos
que
colocas indiscriminados?
Haz
lo que quieras poeta,
pero
la sensibilidad se nos muere dentro.
Nená de la
Torriente