sábado, 20 de octubre de 2012


A esta hora que nadie escucha, 
que la oreja duerme 
y el ojo ve paisajes imposibles, 
mis dedos juegan a enredarse 
con las uñas. 

MEEC,  esa tecla no. 
MEEC,  esa tampoco, 
MEEC,  no quisiste escribir eso, 
y pienso que si los dejara libres en su pelea 
de fallos y errores 
qué cosas saldrían. 

Escribir por el placer del mudo 
que desea ser mudo en su soledad silenciosa, 
que quiere contarse un secreto 
que nunca se cuenta del todo, 
aunque deje un par de rendijas de ventana 
entreabiertas, 
por si a la mañana siguiente un ojo atento 
se diera cuenta 
-que no suelen darse cuenta- 

Cuando subía con Regina a cuidar el ganado 
me asombraba de su capacidad de visión, 
veía a grandes distancias. 
"¡Mira por allí viene Tinín,  por el crucero, 
el del polo a rayas!"
Yo no veía a Tinín,  ni siquiera un punto, 
mucho menos una camiseta a rayas. 
Hay personas dotadas para muchas cosas, 
para mí asombrosas,  pero la del ojo atento
me fascina. 
Regina entraba en un bar y sin mover la cabeza 
y en un segundo, 
salía y me decía cuántas personas,  sus sexos, 
y su vestimenta exacta,  una locura. 

Las cosas del alma son más complicadas 
no se ven a simple vista, 
algunas ni con flechas revestidas con  neones rojos, 
porque cuando las ves ¿qué haces con ellas? 
Al final ni sobre las manos,  ni delante de los ojos, 
no hay quien las entienda. 




Nená de la Torriente