A
esta hora que nadie escucha,
que
la oreja duerme
y
el ojo ve paisajes imposibles,
mis
dedos juegan a enredarse
con
las uñas.
MEEC, esa tecla no.
MEEC, esa tampoco,
MEEC, no quisiste escribir eso,
y
pienso que si los dejara libres en su pelea
de
fallos y errores
qué
cosas saldrían.
Escribir
por el placer del mudo
que
desea ser mudo en su soledad silenciosa,
que
quiere contarse un secreto
que
nunca se cuenta del todo,
aunque
deje un par de rendijas de ventana
entreabiertas,
por
si a la mañana siguiente un ojo atento
se
diera cuenta
-que
no suelen darse cuenta-
Cuando
subía con Regina a cuidar el ganado
me
asombraba de su capacidad de visión,
veía
a grandes distancias.
"¡Mira
por allí viene Tinín, por el crucero,
el
del polo a rayas!"
Yo
no veía a Tinín, ni siquiera un punto,
mucho
menos una camiseta a rayas.
Hay
personas dotadas para muchas cosas,
para
mí asombrosas, pero la del ojo atento
me
fascina.
Regina
entraba en un bar y sin mover la cabeza
y
en un segundo,
salía
y me decía cuántas personas, sus sexos,
y
su vestimenta exacta, una locura.
Las
cosas del alma son más complicadas
no
se ven a simple vista,
algunas
ni con flechas revestidas con neones
rojos,
porque
cuando las ves ¿qué haces con ellas?
Al
final ni sobre las manos, ni delante de los ojos,
no
hay quien las entienda.
Nená de la
Torriente