martes, 16 de octubre de 2012


Las lágrimas nacen como las sonrisas 
en cascadas intermitentes, 
cuando detienes el paso y te das cuenta 
de esto o de aquello 
que andabas ignorando, 
como quien empuja objetos 
para cerrar un armario. 

Si fuera sorda o muda lo soportaría, 
buscaría el modo de hacer pedorretas insonoras, 
cortes de manga,  o un mundo gestual a mi medida, 
pero si no pudiera ver me congelaría. 
Sí,  mi pulso se detendría. 

Es el color el que conecta realmente mis neuronas,  
junto con el aroma de las cosas. 
Los rostros,  las muecas,  el perfil de las montañas. 
Ese plomizo del cielo que hace que vomite el alma 
y sepa quien soy de veras, 
y estas manos que miro despacio y sus uñas largas. 
Los verdes rabiosos, 
la cara de mis cariños,  del perruco Amo, 
y esos bellos gatos que me dan tanta alergia. 
Esas calles atestadas de miles de vidas,  que presiento 
tristes,  agobiadas,  alegres,  enamoradas,  nerviosas, 
todos esos ojos que no me ven que les miro. 

Si no pudiera ver me entumecería, 
me dejarían a oscuras con mi mala memoria. 



Nená de la Torriente