Existe
la clase, un término feo
por
el uso.
La
clase es esa condición y carácter, gentileza
que
no busca oportunidad en los gestos.
El
elegante lo es, con independencia
de
lo que tenga, de dónde haya nacido,
de
que sepa leer o escribir, o que conozca
a
Leibniz o a Walter Baade.
Un
elegante no tiene complejos, no conoce
la
envidia, y si la conoce jamás la muestra.
Es
generoso, siempre correcto,
nunca
mostrará ese rasgo de vanidad que
tal
vez oculte
y
tendrá una sonrisa dispuesta.
Hasta
enfadado, su enojo no será venenoso.
La
clase se ve al caminar,
al
coger un vaso, al ladear la cabeza,
al
reaccionar ante una pregunta hostil,
al
recobrarse ante un halago,
al aceptar un regalo
y
al recibir una reprimenda.
Cuando
encuentras al elegante
es descubrir un
lienzo fantástico,
tus
ojos se pierden en sus gestos,
no
necesariamente en su inteligencia,
pero es un encuentro para no perdérselo
y
para aprender al detalle.
-No
son las formas, es el fondo de esas formas,
la
suma de las dos cosas-
Nená de la Torriente