cuando
el día renuncia cansada
y
se arrojan los recuerdos,
tan
recién llegada…
Como
aquel celo al vuelo suicida
que
acomete el veinteañero,
desde
que abre el corazón a la vida
y
se obstina en perderse con ella,
pero
él tan fatigado…
Ya
no puede.
Agrio
en sus labios opacos
que
el día adivina asientos de sus paños
y
dedal de plata en sus hilos,
que
ahora es razón consentida y vuelo sin alas.
Varón
bebido de inventarios
que
no desea peregrinar por celdas.
Frío
en las manos
siempre
labradas de luna,
por
verter botellas de vidrio llenas o vacías,
en
las lagunas de un ocaso torvo
como
acuna la soledad al destino,
retrocediendo
siempre.
Nená de la
Torriente