No
me queda ni la palabra
porque
no es mía,
y
no me asusta,
porque
no sé ni si eso importa.
Me
quedan alguna que otra mañana imaginando
que
despierto por un motivo,
y
esos tibios rayos de sol
acariciando
mi rostro.
También
me quedan esas densas nubes grises
que
amenazan tormenta
que
amo en todas sus curvas,
y
una vieja bici,
con
la que ya no me distraigo,
y
el sabor único de la tortilla de patatas
con
cebolla.
Me
quedan mis echadas de cartas
que
me hacen reír hasta lo indecible,
tamaña
chorrada que acierta,
y
la ilusión de que alguna vez
los
gatos no me den alergia,
al
menos los perros, que adoro,
los
puedo mordisquear a gusto.
Me
queda esta voz de telefonista
que
sabe Dios de quien heredé y cómo,
y
esta risa que se precipita
cuando
le da la gana
y
donde le da la gana,
cosa
políticamente incorrecta.
Nená de la
Torriente