Inauguro
mi nombre de entre
todos
los nombres
como
un nombre desnudo.
No
vuelvo a vestirlo en otoño
de
sus fórmulas melancólicas
ni
me dejo llevar por su apellido
ocre.
Siempre
me gustó el otoño.
Su
claro encuentro entre el
color y el no colorido
es
un rellano, un remanso, el
sofá
perfecto para echarse una manta
y
pronunciar las perfectas palabras,
'no
estoy'.
Y
la casa oliendo a café y a bizcocho
de
nata,
y a murmullos de tuberías.
Nená de la
Torriente