La
privación de ese olor a helechos húmedos
que
ya la memoria enturbia,
y
de los jazmines nuevos,
las
manzanas pudriéndose en el verde,
tan
dulces, la esencia de los eucaliptos
cuando
sopla el viento sur,
y
ese olor del pelo de las panojas.
Toda
esa pérdida busca mi cabeza
como
el mayor hurto, la merma de un olvido
angustioso.
Aunque
vuelva, y cientos de veces vuelva,
los
olores de las cosas se volatilizan antes
en
mis recuerdos,
como
amantes sin rostro de una sola noche.
Ahora el Este sin olores, todo barniz de colores,
infinitas
gamas de tonalidades interminables,
también
extravío en mi mente cegata,
y
me cuesta cerrar los ojos y mirar la tapia blanca
cubierta
de buganvilias, y el mar vestido de rayas
con
puntos rojos de coral.
Y
mi Madrid, con el aroma del último cigarro,
y
el color del café derramado en la primera taza
del
día, ya no le recuerdo idéntico o quizá es distinto.
Mi
mente se confunde, se ralentiza, quiere partir
pero
no reconozco hacia dónde.
Nená de la
Torriente