lunes, 22 de octubre de 2012


La privación de ese olor a helechos húmedos 
que ya la memoria enturbia, 
y de los jazmines nuevos, 
las manzanas pudriéndose en el verde, 
tan dulces,  la esencia de los eucaliptos 
cuando sopla el viento sur, 
y ese olor del pelo de las panojas. 
Toda esa pérdida busca mi cabeza 
como el mayor hurto,  la merma de un olvido 
angustioso. 
Aunque vuelva,  y cientos de veces vuelva, 
los olores de las cosas se volatilizan antes 
en mis recuerdos, 
como amantes sin rostro de una sola noche. 

Ahora el Este sin olores,  todo barniz de colores, 
infinitas gamas de tonalidades interminables, 
también extravío en mi mente cegata, 
y me cuesta cerrar los ojos y mirar la tapia blanca 
cubierta de buganvilias,  y el mar vestido de rayas 
con puntos rojos de coral. 

Y mi Madrid,  con el aroma del último cigarro, 
y el color del café derramado en la primera taza 
del día,  ya no le recuerdo idéntico o quizá es distinto. 
Mi mente se confunde,  se ralentiza,  quiere partir 
pero no reconozco hacia dónde. 




Nená de la Torriente