
Devora
la afonía el portazo.
¿Quién
era?
No
lo sé.
Un
pulmón de oxígeno,
otro
de barro.
El
ojo órbita libre
dentro
de la pecera
y parece
que sonríe.
Ha
constatado lo que la pericia
le
decía.
Donde
aquél puso su pie
con
infinita soberbia,
ya
se había plantado un cactus
-pudo
no haberlo pisado-
Todo
termina volviendo
a
la mano.
Mírame, por fin hablo
y me
siento aún más bonita.
Nená de la Torriente