Tiene
la cal al sol
un
disparo mortífero,
me
lo ha dicho la palmera.
No
suelo hablar con ella
de
armas ni cosas de gravedad,
pero
hoy ha estado muy lenguaraz.
Dice
que Dios no tiene la voz grave
como
nosotros creemos,
y
que el cielo no es azul
ni
mucho menos.
El
suyo sí que lo es,
donde
ondean sus palmas
seducidas
por el viento,
en
total abandono.
Le
gusta cuando apoyo
mi
espalda sobre su descollante
corteza, como si no sintiera
sus
salientes,
y
cómo recorro los surcos
con
el dedo
haciéndole
cosquillas.
Pequeñas
cosas.
Pequeñas
cosas.
Nená de la Torriente