
Más
allá de este cielo
de
bandas de acuarela,
anchas, estrechas,
a baja, elevada y a mediana altura,
de
este Madrid ciego y antiguo,
hay
una ciudad que respira,
que
nos sobrevive nueva.
No
somos nosotros,
habitantes
de esquinas,
agujeros,
estancos,
figuras
geométricas,
no somos la historia que ella escribe
ni
el agua con que se lava la cara.
Hoy
la he mirado a los ojos
y
he sentido todo su peso,
su lastre de siglos,
toda
su cruz y desasosiego, y
en
un guiño imperceptible,
el
rabioso pulso de su excelencia.
Nená de la Torriente