Hemos
vuelto a rozarnos las yemas
sin
darnos cuenta,
no
lo niegues.
No
creo en el destino,
tampoco
en ti.
Quizá
tu cielo extrañaba el mío
y
quiso darse una vuelta por estos aires,
o
fue quizá una razón de latido ambigua
como
todas las cosas.
Todo
lo que nace del trueno
no
lleva necesariamente al rayo,
pero
si a un repique extraño de sonidos oblicuos.
Tú
me recuerdas –a ratos cortos-
y
yo te recuerdo –a mis ratos-,
como
los amigos que pudieron ser
y
no pudieron, o pudiendo no quisieron.
Creo
que nunca dejamos de ser unos necios.
Anda,
dame un beso.
Nená de la
Torriente