Si
se acaban las palabras y los verbos
tendríamos
guiños y olores.
Podríamos
frotar las manos en objetos
y
acercar las palmas a la nariz del otro
para
hacernos entender.
El
olor de las piedras, en su caliza:
‘Necesito
una casa’.
El
olor de las flores,
cada
una un sentimiento distinto.
El
olor de la cal, ‘dame un abrazo’,
el
olor a resina, ‘me voy de viaje’,
y
así infinitos.
Con
los gestos, terminaremos
dominando
un arte gestual ingenioso,
que
nos llenaría el rostro de inagotables
pliegues
–bellas arrugas, hoyuelos y
alguna
marca pasajera-
Seríamos
cuerpos en pleno movimiento,
contorsionistas
hábiles,
buscadores
olfativos,
y mañosísimos pensadores.
Nená de la Torriente